Escultura y tumba-santuario de La Milagrosa
Basta con leer las inscripciones en las lápidas para percatarnos de que muchas fueron depositadas por personas que ya no residen en Cuba, lo cual no ha impedido que cumplan el compromiso que contrajeron con La Milagrosa
Por José Hugo Fernández y Ernesto Santana (Tomado de Cubanet)
Entre
procrear y huir, las últimas generaciones optan por lo segundo, sin que parezca
inquietarles la perduración de la especie, una prioridad esencial en todo ser
viviente. Los bajos índices de natalidad que se reportan hoy en nuestra isla
han sido ya motivos de reflexión en la prensa independiente, en tanto prenden
luz roja en los informes oficiales, que nunca son confiables, o al menos no
tanto como pueden serlo ciertas manifestaciones del sentimiento popular que no
se registran en estadísticas, pero hablan por sí solas.
Es
el caso del nuevo tipo de milagros que en forma creciente están yendo a pedir
los habaneros a la tumba-santuario de La Milagrosa,
en el Cementerio de Colón.
Con la bendición de Dios y con mala ortografía, esta era el tipo de lápida corriente hace unos años
ía, este era el tipo de lápida corriente hace unos años
Son tantas lápidas de devotos, que debieron dedicarle un sitio aparte en el cementerio
A partir de los años 80, cuando dejó de darnos miedo o pena visitar como devotos el sitio, la mayoría de los peregrinos eran mujeres que iban a pedir milagros relacionados con la maternidad. No se trataba de una regla inviolable, pero marcó con énfasis la costumbre. Sin embargo, actualmente se observan cambios en esta tendencia. Y es justo en tales cambios donde podemos comprobar, mejor que en cualquier tabla numérica -por más científica que se califique-, lo que desea y proyecta nuestra gente, muy especialmente los jóvenes.
Claramente o en código cómplice, las lápidas dan cuenta de los nuevos milagros de La Milagrosa
La
preponderante cifra de frases que lo expresan por lo claro, como: “Gracias,
Amelia, por ayudarnos en nuestro viaje”; o que lo dejan caer, como: “Gracias
por habernos complacido en lo que te pedimos”, utilizando un lenguaje críptico
que es todavía usual en las calles (como rezago de épocas aún más represivas
que las actuales), resulta obvia por estos días entre las lápidas que los
devotos depositan al pie de la tumba-santuario al considerar que han sido
satisfechos sus ruegos.
Por
cierto, constituyen multitud los creyentes que han dejado constancia de su
agradecimiento mediante lápidas que llevan hasta la tumba-santuario y que, por
ser tantas, la administración del cementerio se ha visto obligada a dedicarles
un espacio aparte. Basta con leer sus inscripciones para percatarse de que
muchas fueron depositadas por personas que ya no residen en Cuba, lo cual no ha
impedido que cumplan el compromiso que contrajeron con La Milagrosa.
¿Cuál
sería la reacción de José Vicente Adot Rabell si pudiese ver hoy que la tumba
de su esposa, Amelia Goyri de la Hoz, es la más visitada en toda la historia
del cementerio y que es tal la adoración que despierta entre nuestra gente que
no la dejan sola ni un minuto del día, al punto que el suyo se ha convertido en
el panteón mejor vigilado de Cuba, con custodia exclusiva y permanente?
Se
conoce que José Vicente se opuso a que la tumba de Amelia fuera objeto de
culto, lo cual consideraba una intromisión en sus asuntos privados. Incluso,
pretendió destinarle un guardián para impedir que sus devotos le pusieran
flores. Hoy ocurre todo lo contrario. Entre las tareas de quienes custodian el
sepulcro, sea un CVP (guardia de seguridad) del cementerio o una vigilante
pagada por una institución no gubernamental, está la de viabilizar la entrega
de ofrendas, al tiempo que impiden profanaciones o saqueos que puedan ofender
la devoción popular.
Es
bien conocida igualmente la historia que originó el culto a La Milagrosa.
Amelia, que amaba a José Vicente desde la niñez, se convirtió en su esposa en
el año 1900. Pronto estuvieron esperando descendencia, una niña, pero a los 8
meses de embarazo, ella sufrió una repentina enfermedad (eclampsia) que
provocaría su muerte y la de la criatura. El marido enloqueció. Acudía
diariamente a visitar la tumba, creyendo que Amelia sólo estaba dormida, así
que iba a despertarla golpeando una de las cuatro argollas de la tapa del
sepulcro.
Un
escultor amigo suyo talló en mármol de Carrara una estatua de Amelia que fue
colocada allí. José Vicente adoptó el hábito de quitarse el sombrero ante la
escultura, ponerlo sobre su pecho, y luego retirarse sin darle jamás la
espalda. Ese hábito, que aún se practica, originó el primer rito en torno a La
Milagrosa.
Se
cuenta que 13 años después de sepultada, el viudo quiso ver los restos. Así
descubrió que el cuerpo de Amelia estaba intacto, y la criatura, que había sido
colocada entre sus piernas, se hallaba ahora apoyada en el brazo izquierdo de
la madre. A partir de entonces se hizo legendaria la adoración popular.
La
gente empezó a llamarle La Milagrosa y a creer en los poderes sobrenaturales de
la tumba-santuario, sobre todo en lo referido a la protección de las
embarazadas y de los niños. También se le pedía algún otro tipo de gracia, pero
lo que trascendió fue su fama como salvaguarda de la maternidad y de su descendencia,
una tradición (otra) que nuestra dura realidad de hoy está alterando
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