No son flores
en el lodo ni ángeles caídos, aunque quizás alguna llore un poco en alguna
noche del turbión del verano o en alguna fría madrugada de febrero.
Y él, siempre temible, y en ocasiones
terrible, resulta ser cuanto más un sátiro aburrido al que ellas, como
bacantes, gustosamente despedazarían con dientes y uñas.
Se persiguen y
se atraen. Nadie es culpable y nadie atestigua nada. Juegan a odiarse porque
él, viejo asqueroso, las persigue,
las fornica, las encierra, con mayor o menor ardor, según el brillo de su
estrella y de acuerdo con la fosforescencia de cada una de esas putas de mierda.
—No se
ilusionen —le dice él a alguna que lo mira con los ojos encendidos de odio—.
Pienso vivir todavía treinta años más.
—Los puercos
no duran tanto —susurra ella para sí misma.
Y la vida
continúa.
Ernesto Santana, del libro “Cuando cruces los
blancos archipiélagos”.
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