I.
Leviatán
Advertencia solar (desventura)
Ariel, esta es una carta extraña. Incluso un
desatino, si lo piensas bien. Pero un desatino que yo evitaría si no fuera
porque acabo de verte. ¡Imagínate mi sorpresa luego de haberme impuesto a mí
misma la idea de que tú nunca exististe! Tanto tiempo sin vernos y ahora, hace
un rato, de pronto y como por casualidad, nos encontramos otra vez. Esa cara yo la conozco, me dije, igual que si vinieras de
otro mundo. Entre nosotros todo ha sido siempre como por casualidad. Parece horrible, ¡pero sin el azar sería peor
aún! Quizá.
Te digo: quiero aprovechar que nos hemos
visto por última vez durante unos segundos para terminar la carta que te
escribo y te reescribo desde hace dos años. Mi hermana ya había muerto: la
última vez que viniste, me dijeron. Aunque encuentres muchas incoherencias, la
verdad es que si no termino esta loca carta ahora no la terminaré nunca y, a
pesar de que todo esto te parezca ensañamiento o incluso puro cinismo, créeme
que no quiero asombrarte demasiado.
Sencillamente: te conozco bastante mientras
tú (como acabo de darme cuenta al verte la cara y como era lógico suponer) ni
siquiera sabías que yo existía antes lo mismo que existo ahora, aunque mañana
haya desaparecido, pues lo cierto es que nos hemos encontrado en varias
ocasiones como por casualidad.
Además, aunque no mucho, hemos conversado. Pero tú ignorabas qué estaba
ocurriendo: me ignorabas a mí. O tal vez sí supiste en algún momento y después
lo olvidaste con una facilidad espantosa. Si no, estoy segura, me habrías
hallado de inmediato.
Te digo: no me acuerdo ya de mi odio por Rita
ni del suyo hacia mí, si es que ella fue capaz de sentir alguna vez un rencor
verdadero. Por momentos lo veo todo trastocado por completo. O puede que ya no
tenga fuerzas para entender. Está claro que sí comprendería que sientas
repugnancia por mí. No tengo derecho a esperar de ti algo aparte del
aborrecimiento, aun si en comparación contigo mi estado de salud no es
envidiable. Ahora mismo me vuelve a subir la fiebre.
Hacer el papel de Lilith, como puedes ver, no
es ser buena. Mucho menos contigo, que apareciste como por casualidad en el lugar equivocado y en el peor momento y
caíste entre dos espadas del mismo metal y con idéntica forma. ¡Y yo no me
imaginaba entonces que con Rita moriría mi mitad buena!
Perdona que me ponga dramática. Te digo: no
me duele que ya no haya futuro para mí. El sol se ahoga en el mar cada tarde,
pero está condenado a regresar
eternamente para volver a morir. ¿Puede haber castigo más espantoso? ¿Qué
pueden importarle entonces estas vidas mínimas y estas pequeñas agonías casuales? Y aun así es capaz de
concederle a cada cual un crepúsculo diferente. A mí me agrada pensar que desde
antes de yo nacer hay uno guardado para mí y que no debo de perderlo cuando
llegue a buscarme. Ni por casualidad.
Ernesto Santana,
capítulo de la novela “El carnaval y los muertos”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario