Rara vez había
visto a mi madre llorar. Era dada a tragarse los fluidos de la tristeza, y los
del enojo. Pero aquella noche, al regresar a casa más temprano que de
costumbre, la noté llorosa. Tampoco es que en 1994, a cualquier hora del día o
de la noche, las cosas no estuviesen para llanto. No obstante, sentí extrañeza,
y un tanto de alarma. Hasta que supe, por ella misma, que desde hacía varias
noches no podía contener las lágrimas cada vez que escuchaba los rugidos del
león. Cerca de nuestra casa, en la periferia habanera, habían improvisado una
especie de clínica veterinaria, adscrita, según decían, al Zoológico Nacional.
Y muy pronto el sitio se llenó de animales ante cuyo aspecto era fácil creer lo
que decían.
EL VAGON AMARILLO
domingo, 26 de julio de 2015
El joven Jonás
Vuelo un poco y luego caigo,
soy grávido y soy leve y aun
quisiera
ser inerte: descansar de volar y
caer.
¿Qué vale ya ser estrella o ser
piedra,
asfixia o viento, delirio o
vaciedad?
Mañana volaré o caeré para siempre.
Pero la duda es una espada en mi
pecho:
si la dejo, me mata, y muero si la
arranco.
Y es que he visto mi sombra en el
viento
y luego pude ver el viento mismo
y mi corazón no atravesó su menuda
muralla.
Mañana habrá de ser: siempre mañana
volaré
mucho más alto que en el sueño del
vuelo.
Puede ser que imagine haber volado,
pero mañana será sin duda alguna el
salto:
subiré hasta donde el viento no me
atrape la sombra
o caeré hasta por fin perderme en
ella.
martes, 21 de julio de 2015
El mar de la noche
—Mañana es la feria —le dijo Manuel y Jo lo
miró con un gesto de cansancio, pues ya lo sabía—. ¿Te acuerdas de cuando la
hacían los domingos? Tú eres joven y ha pasado mucho tiempo —añadió en un
balbuceo y apretó el paso, acomodándose los horribles espejuelos que le
resbalaban sobre la nariz al menor movimiento.
Jo Quirós caminaba detenido por dentro para
sostener el peso de la piedra helada que antes fue su corazón, pero ansioso por
fuera para poder avanzar entre la cegadora luz y el aire plomizo de la tarde.
Era un prófugo atraído precisamente por aquello de lo que huía. No entendía
aún, y ya casi le repugnaba la persistencia de Manuel Meneses a su lado.
1984
Hemingway no fue
el primero en describir y menos en experimentar aquello de la huida hacia
delante. Es algo tan viejo como el bostezo. De hecho, nada resume más
contundentemente -con tres palabras- las acciones de los héroes, sean cuales
fueran su época y sus hazañas. Cuando contra toda lógica o recomendación o
ruego, el corajudo Héctor se plantó a esperar a Aquiles en las puertas Esceas,
estaba huyendo hacia delante. También lo hizo el Titán de Bronce, Antonio
Maceo, cuando rechazó pactar la paz en la agonía de una guerra perdida. El
miedo es una emoción, la cobardía es un comportamiento, pero el valor, si es
auténtico, no pasa de ser una disyuntiva moral. Los tigres, que, por suerte
para ellos, no reconocen ni practican los conceptos de la civilización humana,
enfrentan a sus contendientes sólo cuando (o mientras) se sienten capacitados
para vencerlos. En las derrotas les va la vida. Y al parecer no son tan bestias
como para violentar el arbitrio de Dios, por lo menos en lo que respecta a su
propia cuota de resuellos. En fin, divago. Estoy tocándole de nuevo la flauta
al majá. Suelo hacerlo cada vez que me veo en el compromiso de contar cosas
embarulladoras, como estas que se relacionan con los crímenes de Aurika.
Tendría que
empezar por la aclaración de ciertas particularidades. Si he mencionado al
héroe troyano Héctor y al general Maceo, no es porque su memoria me ayude
necesariamente a explicar, o a explicarme a mí mismo, la conducta seguida por
Luis, aquel endeble soldado a quien conocí desde lejos y muy mal durante el
servicio militar obligatorio, hace un cuarto de siglo, poco más o menos, y que
luego llegaría a ser mi amigo, transformado ya en Aurika y habiendo perdido
para siempre hasta el último ripio de esperanza. Soy leal a mis amigos,
demasiado leal hasta para mi propio gusto. Y Aurika era lo que fue, lo que es,
de modo que no le haría sino un traicionero favor presentándolo como otra cosa.
Además, él no me lo va a consentir.
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