No pido nada del otro jueves, me
dijo anoche Guillermina, sin que yo le preguntase. Y lo que pedía era tener un
cuerpo para ser mirada como cualquier otra mujer. Según ella, el inconveniente
de los fantasmas no es que no los vean, sino que no los miran. Por eso anda ahora
en busca de un espiritista que le ayude a recuperar el cuerpo físico. Así
—dice— los hombres no podrán seguir pretextando que no la miran porque no la
ven. Tan cabeza de chorlito como siempre, mi amiga olvida que al morir tenía
más de ochenta años de edad. De modo que en su castigo está su salvación.
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