EL VAGON AMARILLO

miércoles, 10 de junio de 2015

Narrar todo lo que sucede, se dice o se inventa en esa Habana llena de dolorosos pícaros y aprendices de ciegos

A la izquierda, José Hugo Fernández junto a Ramón Fernández-Larrea



APUNTES PARA RECIBIR A UN AMIGO
Palabras de presentación del poeta Ramón Fernández-Larrea en la presentación de los libros de José Hugo Fernández La novia del monstruo” y “Entre Cantinflas y Buster Keaton”. 
Miami,  5 de junio de 2015.


Nunca imaginé que un día iba a comenzar una presentación citando a José Martí. Han sido tantos los que lo han citado para hacer el mal que me ha avergonzado siquiera mencionarlo. Pero creo que nunca como hoy, en estos momentos de acercamientos y definiciones, cuando se unen dos sufrimientos y muy pocas alegrías, viene como anillo al dedo aquel adagio martiano que dice: Los hombres van en dos bandos: los que aman y fundan, y los que odian y deshacen.


Y hoy estamos aquí recibiendo a un amigo que pertenece por derecho al primer bando, a los que aman y fundan, y que por su labor periodística y literaria ha provocado que el otro bando lo odie e intente deshacerlo.

Lo conocí hace la friolera de 27 años, y hemos estado en las malas y en las buenas cumpliendo aquel lema a todas luces absurdo, que se veía sobre una pared del ministerio de comunicaciones, y que fue perdiendo letras y frases año tras año hasta quedar incomprensible: “En la guerra, como en la paz, mantendremos las comunicaciones”.

Fue en Radio Ciudad de La Habana, que fue la emisora de todos en buena medida gracias a él y a su intención de transformarla y convertirla realmente en una emisora que escuchara la gente joven e inquieta de un país que ya se estaba haciendo viejo y cada vez menos inquieto. A él le debemos y le debo, aquella bocanada de aire que se llamó El programa de Ramón, que tanto nos divirtió, y que tantos dolores de cabeza provocó a las autoridades.

Después cada cual salió a su incilio durante el período especial, y yo no esperé a que el Papa Juan Pablo II pidiera que Cuba se abriera al mundo y que el mundo se abriera a Cuba. Como muchos cubanos que no sabíamos el pasado que nos esperaba, y que estaba ahí mordiéndonos los talones, salí a abrirme al mundo para encontrarme con la Cuba que soñaba.

José Hugo Fernández quedó allí, y su salida fue interior, hacia sí mismo, y decidió sacarse de adentro todas las historias que había visto y soñado, y que fue acumulando año tras año, y en un asombroso ejemplo de disciplina creadora, escribió cada día relatos, novelas y crónicas, sin pedir nada, sin saber a ciencia cierta si alguna vez iba a verlos publicados en forma de libros.

Triunfaron, a la larga,  su paciencia y su tesón. Y ahí están para regocijo de todos “El clan de los suicidas”, “Los crímenes de Aurika”, “La isla de los mirlos negros”, “Hombre recostado a una victrola”, y los dos que hoy nos convocan alrededor de un hombre noble a quien tanta amargura no le ha arrebatado el brillo de los ojos, ni esa manera tan suya de reírse de las adversidades. Me refiero al libro de relatos cortos “La novia del monstruo” y a “Entre Cantinflas y Buster Keaton”, un largo recorrido periodístico por una ciudad, o como él mismo nos aclara en el inicio: “Estampas sobre la supervivencia en La Habana a inicios del Tercer Milenio”.

En el primero, hace gala de una alucinante y desbordada imaginación, y de un poder de síntesis que le obliga a contar un mundo con el tamaño de una semilla, en lo que posiblemente un crítico frutal describa alguna vez como “la teoría del marañón”, que como todos sabemos, aprieta la boca pero deja un extraño dulzor por dentro. Ejemplo de esos relatos es este que José Hugo ha titulado: “Un día en la vida del censor”, y que dice: Se empleó a fondo durante  toda la mañana en la supresión de un adjetivo que hacía sospechoso, ante sus jefes, el contenido íntegro del libro. Por la tarde, sus jefes le ordenaron reponer el adjetivo, pero asumiendo la responsabilidad de que el libro no les pareciera sospechoso”.

Pero es en el otro libro, “Entre Cantinflas y Buster Keaton” donde él ha puesto toda la carne en el asador, y todos los adjetivos de este mundo, aunque el libro parezca y sea sospechoso, y más que sospechoso, peligrosísimo para un estado que miente y manipula, que reinventa la historia como en los cuentos de hadas, mientras el país, y la capital del país se derrumban con las cañerías de la miseria y la falta de esperanza y una fe carcomida por la idiotez humana, el totalitarismo y las botas de quienes patean al cubano de a pie, que recorre, asombrado y azorado, el esqueleto de un porvenir que jamás se asomó a nuestras puertas.

José Hugo narra todo lo que sucede, se dice o se inventa en esa Habana llena de dolorosos pícaros y aprendices de ciegos, con una mueca más o menos ácida. Con un estilo zumbón, con la palabrería de Cantinflas y con el rostro impávido de Keaton. Y para hacerlo agrupa estas joyitas ensayísticas según la manera en que las cuenta o lo doloroso del tema, haciendo un homenaje a otro humorista popular, Chaflán, que narraba algunas cosas “con sombrero”, y otras “sin sombrero”.

Aquí van algunos títulos para que hoy vuele la imaginación de los aquí presentes: La paz de los paisajes lunares, El pasado que nos espera, Hola y adiós a la malanga, El chivatazo como novedad competitiva, Clarias verde olivo o La perversidad como estatuto. Viñetas, retratos, análisis entre divertidos y angustiosos, cantados como el aeda que cuenta los sucesos entre el humo de la batalla aún no concluida.

Después de leer este libro nos damos cuenta que no conocemos esa Habana de hoy, y que ni siquiera  sabemos si fue la Habana que conocimos alguna vez. Si sobrevivirá o quedarán sus ruinas doliendo en la memoria.

Porque entre Cantinflas y Buster Keaton sólo hay un ardor, y después de leer nos queda una mueca dolorosa con una ciudad muy al fondo. Tal vez, cuando ya no exista nunca más esa ciudad, quedará el rictus de la amarga sonrisa con la que José Hugo Fernández nos la describió para siempre.

Ramón Fernández-Larrea
Miami Beach junio 5 del 2015

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