Ramón Fernández
Larrea. (EICHIKAWA.COM)
DIARIO
DE CUBA
ERNESTO SANTANA | La Habana | 1
Nov 2014
Ramón Fernández
Larrea acaba de ganar el Premio Internacional de Poesía Gastón Baquero y habla
de ese nuevo libro y de su poesía.
Hace unos días
supimos la noticia: Ramón Fernández Larrea había ganado el Premio Internacional
de Poesía Gastón Baquero —que se convoca en la ciudad de Salamanca para autores
españoles e hispanoamericanos— con el poemario Todos los cielos del cielo.
Fernández Larrea,
además de poeta de larga duración, es también humorista y escritor para radio,
televisión y cine. Muchos lo consideran uno de los más importantes, si no el
más, de los poetas cubanos en la década del 80, y todavía en Cuba hay gente que
se sigue pasando grabaciones de "El programa de Ramón", incluso gente
joven que no conoció aquel famoso espacio en vivo. Después de marcharse al
exilio a mitad de los 90, vivió en Canarias y en Barcelona. Actualmente reside
en Miami.
Ha publicado, entre
otros, los poemarios El pasado del cielo (que fue Premio Nacional de Poesía
Julián del Casal en 1985 y se editó en 1987), Poemas para ponerse en la
cabeza (Abril, La
Habana, 1989), El libro de las
instrucciones (Ciclos,
La Habana, 1991), Manual de pasión(Universidad
de Guadalajara, México, 1993), El libro de los salmos
feroces (Extramuros,
La Habana, 1995), Terneros que nunca
mueran de rodillas (Ayuntamiento
de Santa Cruz de Tenerife, 1998), Cantar del tigre ciego (Arlequín, Guadalajara, México, 2001)
y Nunca canté en Broadway (Linkgua, Barcelona, 2005).
Tras la noticia de
este nuevo premio para el poeta, concertamos por correo electrónico esta entrevista
para conversar con él sobre el nuevo poemario y sobre viejos asuntos, los
asuntos de siempre.
¿Qué puedes
decirnos acerca del libro premiado?
Todos los cielos
del cielo es un poemario breve. Es como un caleidoscopio. Y es para mí un
cambio de lenguaje. Un yo más directo, más sencillo, menos altisonante. Un
libro lleno de ternura burlona. Y me alegra tanto que haya sido en el
centenario de Gastón Baquero, un poeta inmenso que sufrió en silencio la
vejación del exilio, y la abominación del olvido.
¿Qué le dijo el
Ramón humorista al Ramón poeta cuando supo la noticia?
Los dos abrimos la
boca sorprendidos. Al poeta se le aguaron los ojos y el humorista lo invitó a
desayunar para que dejara esa expresión de estúpida complacencia. Los dos
leyeron nuevamente el poemario para ver si realmente era sólido, y si no se
iban a avergonzar de verlo publicado. El humorista se iba a burlar y el poeta
se hundiría en el silencio. Al final, los dos desayunaron y se alegraron
modestamente. Un premio no hace mejor escritor a nadie, pero es una ventana
para que entre un poco de luz sobre su obra.
¿Cómo describirías
el camino que ha seguido tu poesía desde el principio hasta ahora?
¿Tortuoso? ¿Difícil?...
Un camino lleno de incomprensiones, pero también he encontrado el apoyo de mis
colegas. Se asustaban precisamente los que tenían que asustarse, los que
mandan. Mi poesía sigue siendo un aullido. Pero también aprendió a ser un
susurro de ternura en los oídos de quien quiere escuchar.
Si pudieras volver
a empezar desde cero tu vida, ¿te gustaría hacer otro tipo de poesía o,
incluso, otro tipo de escritura?
A esta altura he
aprendido cuáles son las cosas que me gustan de la vida, y las que no me gustan.
Vivo como si solamente me quedaran 72 horas de vida. De modo que aprendí a no
desear haber sido lo que no soy, ni a quejarme por lo que pude haber sido. Soy
un guerrero y soy un monje. Soy un juglar y también, un vengador risueño, como
Till Eulenspiegel, el alemán que se burló de todos en su época. O como el poeta
francés Francois Villon.
A veces siento que
esos fantasmas me habitan. Y que logré llegar con ellos hasta aquí, y que
también me acompañarán en la penumbra de los días por venir. Y doy gracias por
lo poco que poseo y por lo que he perdido. Porque tengo en las manos el olor de
la felicidad, cuando le he arrebatado puñados de ella a la vida.
Más allá de las
influencias, ¿hay algún poeta cuya relectura te siga resultando imprescindible?
Es una corta lista.
Son encuentros y vueltas atrás. Esta es una relación a vuelo de pájaro: el
tango; Nicanor Parra, un universo doloroso y divertido; Hans Magnus
Enzensberger, un descubrimiento sorprendente, con una acidez espectral y una
visión contemporánea de todas nuestras desgracias humanas; Jorge Luis Borges y
Eliseo Diego, dos puntas de la media luz de la ciudad; Edgar Lee Masters en esa
visita interminable al cementerio de Spoon River; la dulzura serenamente
intensa de Emily Dickinson; la fantasmal elegancia de Dylan Thomas; T.S. Eliot
en sus múltiples rostros; Cavafis en el viaje interminable; la dureza casi
burlona de Charles Bukowski, cuando escribe cosas como: "Pienso en mí,
cuando lleve tres siglos muerto"; y Vallejo, siempre César Vallejo, que
cada vez me parece más desolado cuando estoy llegando a lo que él dice en uno
de sus versos: "a la pared de enfrente de la vida".
¿Cómo es tu
relación con la poesía? ¿La practicas? ¿Convives con ella? ¿Te asalta de pronto
como poema ya hecho? ¿La persigues hasta que la atrapas?
Me asalta y levanto
los brazos. La busco algunos días cuando siento un rumor, una música, casi
siempre acompañada por un rumor de palabras que terminan siendo una imagen. No
la provoco. Ella aparece cuando la necesito.
En ocasiones paso
días y hasta meses con un verso dándome vueltas en la cabeza, o lo anoto y
olvido dónde, hasta que lo encuentro y muestra un nuevo fulgor, otro camino
para construir un poema.
Antes me
desesperaban los largos períodos de sequía. Ahora sé que todo se cocina por
dentro. Se añeja, se transforma, se endereza, se va armando, y cuando ya está
listo, sale con naturalidad.
Aparte de pulir el
oficio, ¿esa larga relación con la poesía te ha enseñado algo para la vida
cotidiana?
Me ha regalado la
paciencia, la inconformidad, la sonoridad de las imágenes. La posibilidad de
contemplarlo todo como si uno viviera fuera de esa realidad, pero sintiendo el
dolor de esa realidad.
En los peores
momentos de la vida, me ha salvado la poesía. Sobre todo la de los demás.
Aunque también puedo decir, en voz baja, que yo sí tengo un verso donde caerme
muerto.